martes, 17 de julio de 2007

PIDEN JUSTICIA
Joven baleado por policías

Vianco Martínez

Vendía plátanos en los barrios de Santiago en una camioneta y frecuentaba la iglesia por la noche. El pasado Viernes Santo, mientras se desplazaba por la avenida Jánico, cerca de la iglesia católica y antes de llegar al puentecito del barrio Duarte, una patrulla le disparó, según él, sin mediar palabras.

Cuando detuvo el vehículo, Javier Reyes, de 26 años, tenía un balazo en el brazo derecho y estaba chorreando sangre. Recuerda que esa noche estaba lloviendo mucho, casi no había visibilidad y los policías se confundían con el aguacero. Tras abandonar el vehículo, en medio de la lluvia, se arrodilló y alzó los brazos pidiendo clemencia y gritando que, por favor, no lo mataran.

Así estuvo durante varios minutos mientras los agentes –unos 12 en total- lo encañonaban. Entonces, sin escuchar las súplicas ni acoger sus ruegos, un agente le acercó su arma a la pierna izquierda, pegó el cañón sobre la rodilla, y así, a quemarropa, le dio un segundo balazo. Y ese balazo lo dejó inválido.

"Ahora no puedo ni siquiera pararme para ir al baño", dice Javier Reyes postrado en una cama y con la vida partida en mil pedazos.

Segura cuenta que después del segundo disparo lo tiraron en la cama de una camioneta de la Policía, y mientras se desangraba, camino al hospital Cabral y Báez, él trató de hablarles, decirles algo, pero lo que hicieron fue caerle a golpes dentro del vehículo. "Después me tiraron en el hospital como un perro y se fueron".

Javier Reyes iba acompañado de un primo de su esposa llamado William Diloné, quien fue llevado al cuartel de la Aviación, en Santiago, y al otro día, sin ninguna explicación, sin ninguna acusación, sin ningún reparo, fue despachado.

Javier Reyes emigró de Monte Bonito, una comunidad agrícola de Padre Las Casas, Azua, un día que nunca se olvida: el primero de enero del año 2000. Trabajó en una zona franca en la ciudad de Santiago. Primero fue ayudante, después supervisor. Un tiempo después, en febrero de este año, con sus ahorros de "la zona", compró una camioneta y empezó a vender víveres por Pekín, Cienfuegos, Gurabo, El Meyador y otros puntos de la ciudad.

Si se fue a la ciudad, dejando atrás tierra, familia y raíces, fue porque necesitaba oportunidades y en Monte Bonito las cosas no andan bien.

A sus 26 años, Javier Reyes tiene la vida destruida. Y hoy, desde Monte Bonito, el mismo lugar que un día lo vio partir en busca de mejor vida, reclama al Jefe de la Policía una investigación sobre el suceso.

"Quiero que los responsables de este crimen que han cometido contra mi paguen su culpa", dice.

Mercedes Méndez, de la Asociación de Mujeres Madre Amalia, y Roberto Valenzuela, de la Asociación de Agricultores de San Isidro, de Monte Bonito, afirman que toda la comunidad está indignada por lo que le pasó a Reyes, y también se suman al reclamo de justicia que hace Javier Reyes.

"Vamos a hacer todo lo que sea posible para esta injusticia no se quede sin castigo", puntualizaron.

La tragedia que le cambió la vida a Javier Reyes ocurrió cuando mejor le estaba yendo con su negocio. "Yo desmontaba mil plátanos cada día y vendía un promedio de 700 pesos. Salía a las cuatro de la mañana a surtirme y me pasaba el día entero trabajando".

Antes de despachar de la cárcel de la Aviación a su acompañante William Diloné, la patrulla le pidió excusa porque se dio cuenta que se había equivocado.

Javier Reyes tiene pendiente ir Santiago a hacer la denuncia en el Comando Regional Norte de la Policía Nacional a ver si pueden castigar a los responsables del hecho, pero en estos tres meses ni siquiera ha podido pararse de su cama a orinar.

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