lunes, 28 de julio de 2008

OPINIÓN

El Socialismo en América Latina (II)

Jorge Gómez Barata

Una confusión teórica condujo al equivoco de identificar al socialismo, una tendencia histórica visible en la Europa capitalista del siglo XIX, con su reflejo en el pensamiento, dando origen a la noción de “socialismo científico”. En realidad, el socialismo es un proceso que, aunque puede ser acelerado o retrasado, como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas se abre paso ineluctablemente y cuya comprensión, puede o no ser científica. Al tratar a Marx como si fuera el inventor del socialismo del mismo modo que Ford lo fue del modelo T, se validó una premisa falsa que alteró los desarrollos ulteriores.

El hecho de que aquella interpretación fuera errónea, no era una desgracia, sino un momento normal del proceso del conocimiento en el que la búsqueda de la verdad transcurre mediante aproximaciones sucesivas, aciertos y errores. Ese clima que supone indagación, critica y debate es un ambiente natural para intelectuales e ideólogos que como Lenin y Trotski, inspirados en Carlos Marx, trataron de acelerar las condiciones históricas propicias para el advenimiento del socialismo. La muerte de uno y la defenestración y posterior asesinato del otro, impidieron nuevos esclarecimientos.

Inmerso en las tensiones de una lucha a muerte por adelantar el proyecto bolchevique, acosado por la agresión, la traición y carente de solvencia teórica para encabezar aquella batalla ideológica, Stalin se atrincheró en los dogmas, hizo de la desconfianza un estilo del socialismo soviético, incurrió en errores inexcusables e irredimibles y trasladó ese proceder al ámbito teórico, cerrando a cal y canto, durante treinta años todos los espacios para la duda, la indagación y el debate, convirtiendo lo que había sido bautizado como “socialismo científico” en artículo de fe y virtual religión de Estado.

En el sistema teórico resultante de la imposición burocrática de una filosofía y de un modelo oficial, el “socialismo científico”, presuntamente marxista, era el único posible, mientras cualquier otra interpretación era rechazada. Así ocurrió con los llamados revisionistas europeos, noción a partir de la cual se prescindió del aporte de pensadores como Geörgy Lukács o Antonio Gramsci, de los estudios realizados en occidente, incluso de las visiones derivadas de las peculiaridades vigentes en el Tercer Mundo. Eso ocurrió con el marxismo indigenista pensado por Mariátegui y más tarde con los llamados socialismos árabe y africano que, correctamente, mezclaban criterios socialistas con tareas asociadas al movimiento de liberación nacional, el nacionalismo y la lucha contra el colonialismo y el antiimperialismo.

Lo trágico estriba en que nunca se trató de un debate académico sino político, en el cual, utilizando diversos resortes, se impuso el punto de vista teórico soviético-stalinista que debía ser adoptado y divulgado, no sólo entre los proletarios europeos, presuntamente cultos, sino entre los militantes del mundo entero y las masas ignorantes de los países coloniales y semicoloniales.

Como muchas veces ocurre, la perspectiva teórica derivó a un correlato político y orgánico, en este caso expresado en esfuerzos por homologar todas las concepciones socialistas, los partidos y las organizaciones obreras para constituir un “Movimiento Comunista y Obrero Internacional” según el molde elaborado por Moscú, que además ejercía la dirección. Aquel primer esfuerzo unitario, aunque inspirado en supuestos políticos esencialmente validos, fue realizado en las condiciones más difíciles que puedan ser imaginadas. La III Internacional nació tarada por una impronta que la condujo a un fracaso que tuvo repercusiones negativas.

Aunque hubiera sido deseable que ocurriera de modo menos traumático, aquellas circunstancias han quedado atrás y la coherencia del movimiento progresista o revolucionario no se afirma ahora en poseer una doctrina común sino en compartir metas; tampoco existe ni nadie aspira a que exista un centro directriz donde se diseñen tácticas y estrategias comunes difícilmente aplicables en un mundo asimétrico.

El socialismo no es en América Latina una teoría para crear una realidad, sino una respuesta revolucionaria, honesta y generosa a las demandas de la realidad de nuestros pueblos y naciones, sin reparar en grados de radicalismo, sin que importe que quienes marchan a la vanguardia sean o no conscientes de su orientación o proclamen un credo socialista.

Trabajar por la justicia social y por una más justa distribución de la riqueza nacional, poner fin a la pobreza, el analfabetismo, la indefensión de la infancia, acabar con todas las formas de discriminación, racismo y exclusión es ahora la tarea histórica que cada vanguardia hará a su aire y a sus ritmos, avanzando de trecho en trecho, compartiendo el camino y aliándose con quien y cómo estime mejor.

Lo realmente importante para los empeños revolucionarios o progresistas de hoy no es asumir un credo o exhibir una etiqueta, sino luchar con principios, sentido de la oportunidad y de la responsabilidad histórica, consagración, honradez y fidelidad a los intereses y anhelos de los pueblos, cosa que en los hechos, de una u otra manera es avanzar por los caminos del socialismo. En definitiva: “Revolución es sentido del momento histórico…”

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