domingo, 2 de septiembre de 2007







EN LA MIRA
Lluvia

Por Genris García

La lluvia ha servido de inspiración a poetas y escribidores en todas las épocas, ellas bañas la tierra, la hacen parir los frutos que sirven para el sustento de hombres y animales.

Ella despertó mi espíritu para escribir esta columna, cuyo tema no era húmedo, pero errores tecnológicos me llevaron los temas que tenía en carpeta para a mis amables lectores.

No importa, aquí está la lluvia, esa que despierta deseos soterrados y superficiales cuando llega con previo aviso o de sorpresa.

Cualquier hábitat es bueno, sea una casa de concreto, con ventanas tradicionales, de cristal, y las mejores, las techadas de zinc que son las que encienden los apetitos reprimidos.

Una de estas tardes de vacaciones, observaba la lluvia desde el balcón de mi casa y me vino a la memoria el estribillo de una vieja canción.

“Un cigarrillo, la lluvia y tú...”, sacando a flote uno de esos amores que se quedan envuelto en la nebulosa del tiempo.

Sin embargo, no pretendo hablarle de mis amores; sino la preocupación que me atrapó al ver las aguas deslizarse por los contenes.

Recordé las lluvias de mi niñez y la comparé con la de estos tiempos.

En aquél tiempo, las lluvias empapaban la tierra y el sobrante se deslizaba sobre la superficie en cañadas, arroyos, ríos, caminos, carreteras, triíllos y laderas.

Cuando las lluvias se prolongaban más allá de lo que los viejos creían necesario para mojar sus predios y lavar las ciudades se convertían en amenazas, y muchos campesinos y hasta citadinos recurrían a la “técnica” de “amarrarle la bolsa al diablo”. Esto no tiene ningún valor científico, pero a veces las nubes se dispersaban.

No recuerdo la fecha que me trajeron a Santo Domingo después de aquel 18 de agosto en que mi madre desembarcó el envió de mi padre en el hospital Arturo Grullón de la Ciudad Corazón.

De ello sólo recuerdo la sequía que afectaba los campos de Puerto Plata, que terminó con un “temporal” en 1967 que sacó de su cause el río Bajabonico, llevándose familias enteras, destruyendo sembradíos, viviendas y negocios. Los daños fueron cuantiosos, tanto en vidas humanas, animal y bienes materiales.

Ya en la ciudad, la lluvia tuvo otros significados, y otras formas de aprovechamiento: bañarse en los aguaceros, correr neumáticos con palos o simplemente “echando barquitos” en los contenes. Eso era muy divertido para los muchachos.

En traje de baño, pantalones cortos, pantaloncillos y hasta en “cuero” salíamos a bañarnos en los aguaceros buscábamos conquistar el mejor “caño”.

Muchas veces las lluvias eran pasajeras y la “pandilla” retornaba sudado; no faltaban los que se quedaban enjabonados con un sol radiante de media tarde.

Formábamos “pandillas” para “guerrearnos entre sí”, pero no como las que se forman, ahora son para asaltar automovilistas en las emboscadas que se forman en calles y avenidas inundadas.

Hoy por los contenes, no se deslizan “barquitos” de papel, de palitos de fósforos, o de plásticos; en su lugar vemos vasos plásticos, cartones de jugos, fundas o botellitas plásticas y desechos de toda especie que tapan los filtrantes y provocan la formación de lagos artificiales que convierten a Santo Domingo en una Venecia en el Caribe.

Como no tengo horarios, ni compromisos laborales en estos días, estoy haciendo lo que más me gusta en la vida, viajar por el país, repasar lugares conocidos y por conocer.

En mis andanzas de Norte a Sur pude percibir como seguimos matando los bosques y sepultando ríos y arroyos.

En ningún lugar noté presencia de los llamados “forestales”, mientras la vigilancia militar es cada vez más cómplice y vulnerable.

En Cotuí están acabando los bosques que rodean el lago artificial más grande del Caribe, la Presa de Hatillo.

En Jimaní, haitianos con la complicidad de soldados dominicanos están desmontando los montes para hacer carbón.

Al Lago Enriquillo y a la Laguna de Ricón, lo están desnudando de árboles y arbustos.

El río Nizao, que da agua a Santo Domingo y otras ciudades, no solo lo están matando dónde se vez cuando se viaja al Sur; también lo están acabando arriba, allá en el Nizao de Ocoa, dónde queman los arbusto, cercan su cause y lavan vehículos.

Del río Ocoa siempre creí que era un “río muerto”, hasta que estuve en la comunidad que lleva su nombre y un buen amigo me contó que una poderosa familia productora de aguacate lo represado para mojar sus tierras.

En Puerto Plata están acabando con los ríos y arroyos de mi niñez: Cundís, Damajagua, Bajabonico, Pérez y San Marco, desmontando sus montes, vertiendo basuras y construyendo en sus causes.

Los ríos del Cibao están siendo dragados, no se si por el INDRHI o por los aprovechados del negocios de los agregados.

Si seguimos como vamos, nos quedaremos sin bosques, sin lluvia y sin ríos.

Entonces Fernandito Villalona podrá cantar sin temor a que la lluvia le dañe su fiesta.

Aunque soy un “vicioso”, como dice mi hijo David, del café y con el perdón de Juan Luis Guerra, prefiero que en Los Montones, allá en SAJOMA y en todos los montes y ciudades de la República Dominicana siga lloviendo agua cristalinas, y ¿por qué no?, algunas granizadas de esas que espantan y hace tiempo no veo.

Lo dejo aquí, antes de que me deje la guagua.

No hay comentarios: