domingo, 13 de mayo de 2007

Ante la V Conferencia del CELAM
¿Qué le espera a la Iglesia en América Latina?

Por Claudia Fernández
Especial para Vigilante Informativo.

(Su reproducción está autorizanda siempre que cite a la autora y al medio)

A 52 años de la Primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), realizada en Río de Janeiro, Brasil, en 1955, el camino que abriera la posibilidad de una iglesia de los pobres, de los marginados, de las minorías, se encuentra prácticamente convertido en un callejón sin salida, ante la celebración, este domingo 13 de mayo de la V Conferencia del CELAM, de nuevo en Brasil, esta vez en la ciudad santuario de Aparecida.

Tres cónclaves episcopales más, que dieron lugar a la revolución de la Teología de la Liberación, que iniciara su estrangulación y casi desaparición en la IV Conferencia del CELAM, realizada en Santo Domingo en 1992, deja entrever un futuro bastante oscuro para los millones de católicos de América Latina, en su mayoría pobres, que han visto decaer los esfuerzos de una iglesia comprometida con ellos, hacia los albores del catolicismo.

Una Iglesia Católica arcaica, ortodoxa, dogmática y lejos de la realidad que se vive en estos pueblos, liderada por un Papa más conservador y dogmático ante los avances de las nuevas teologías e ideologías liberales, tal como es Benedicto XVI, quien además de haber presidido durante décadas el Instituto por la Congregación de la Fe –antigua Santa Inquisición-, perteneció a las Juventudes Hitlerianas como miembro de las temidas SS, llega a Brasil, país de contrastes culturales, raciales y religiosos por sobre todas las cosas, con un predicamento digno del siglo XV. Establecer una iglesia monolítica bajo sus muy particulares y dogmáticas concepciones.

Un ligero repaso a las anteriores conferencias y sus conclusiones, nos pueden dar una idea de hacia dónde camina la Iglesia Católica, enfrentada hoy día al embate de religiones protestantes y sectas pseudos religiosas que buscan medrar a costa del deseo de búsqueda de espiritualidad y solución a sus problemas más inmediatos, así como de buscar refugio a sus penas en donde no lo encuentran los fieles que, agotados del discurso teólogico-teosófico y de una serie de atávicos tabúes religiosos, los ha abandonado a su mejor suerte.

Pero hagamos un recuento histórico de lo que han sido las distintas conferencias llevadas a cabo, todas realizadas con más de diez años de diferencia, y debido a problemas neurálgicos de la Iglesia Católica en este lado del mundo, que han preocupado a los que tienen la responsabilidad de guiar a los millones de almas católicas latinoamericanas.

En 1955 tuvo lugar la I Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en la que el tema principal fue la necesidad de cohesionar a los católicos de este hemisferio, con los de Europa y Estados Unidos, principalmente. En esta primera reunión se llamó a los Obispos latinoamericanos a ofrecer todo el apoyo a las organizaciones católicas internacionales, “llamadas a desarrollar en la vida social moderna una actividad de suma importancia para la Iglesia Católica”.

En esta primera reunión de la CELAM, la preocupación de los obispos latinoamericanos era la penetración comunista y el ateísmo producto de nuevas filosofías surgidas al calor de la Segunda Guerra Mundial y la necesidad de que miles de jóvenes estudiantes, reconsideraran y retomaran el camino correcto hacia la iglesia, haciendo del ecumenismo su estandarte.

Es así como en una de las conclusiones de la I Conferencia del CELAM, se “recomienda que el Secretariado General estudie medidas para la asistencia social, moral y religiosa en favor de los jóvenes que salen de los países latinoamericanos a frecuentar universidades”.

Un suceso religioso que estremeció hasta sus raíces la concepción del dogma y cambió para siempre a la Iglesia Católica, lo constituyó el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII, cuyo fin principal era promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación de la vida cristiana de los fieles y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos, hizo temblar hasta sus cimientos a la iglesia, anquilosada durante siglos en el oropel y la pompa vaticana.

Se inicia el proceso de la comunicación de masas

Las discusiones que se suscitaron en este concilio, y la difusión que a través de los medios de comunicación se hiciera de las reuniones, cónclaves y participaciones, dieron pie para que los obispos latinoamericanos hicieran conciencia de la importancia y la necesidad de utilizar los medios de comunicación de masas para llegar a la grey católica y en medio de un ambiente de post modernidad, se celebra la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en 1968, en la ciudad de Medellín, Colombia, 13 años después de la primera.

En esta ocasión, surgía tímidamente en América Latina la Teología de la Liberación, que buscaba las maneras de integrar a la gran población católica a las actividades eclesiales, con participación activa y eficiente. Entre los precursores de la Teología de la Liberación se encuentran Leonardo Boff y el fallecido cardenal Aloysio Lorscheider, brasileños por demás, que veían decrecer la fe católica rápidamente al influjo de movimientos revolucionarios y el asentamiento de sectas cuya actividad proselitista acaparaba la atención de los católicos, que se sentían abandonados por una iglesia que poco caso hacía de sus problemas más acuciantes.

En Medellín se sientan las bases para que la Iglesia Católica latinoamericana inicie el proceso de penetración de masas, adquiriendo e instalando emisoras de radio, plantas televisoras, periódicos, gacetas, revistas y todo tipo de material impreso con el que llegarían y de hecho continúa haciéndolo, aunque en menor medida, a los más apartados rincones de los pueblos del hemisferio.

Esta, puede decirse, constituyó una de las mejores y más grandes etapas de la llamada Nueva Evangelización, pues a través de los medios de comunicación se inició una amplia estrategia para alfabetizar a los ignorantes, que ha rendido sus frutos, de los que se puede mencionar en gran medida República Dominicana, a través de Radio Santa María, emisora oficial y pilar de la comunicación de la Iglesia Católica en el país.

Uno de los principales móviles de esta estrategia propagandística, fue la Revolución Cubana, que había iniciado también una campaña mediática para dar a conocer los beneficios del régimen recién establecido y que iba calando profundamente en los grandes conglomerados de marginados y oprimidos, que veían en ésta, una forma de acceder a privilegios que sólo eran potestad de los poderosos, patronos y clase media y alta de estas sociedades.

En esta segunda conferencia, los obispos de América Latina acordaron el derecho de la Iglesia a poseer sus propios medios y como “requisito indispensable para justificar esa posesión, no sólo contar con una organización que garantice su eficacia profesional, económica y administrativa, sino también que presten un servicio real a la comunidad”.

De esta manera, se inicia la contratación de laicos, debido a que “la inserción de los cristianos en el mundo de hoy obliga a que éstos trabajen en los medios de comunicación social ajenos a la Iglesia según el espíritu de diálogo y servicio que señala la Constitución Gaudium et spes", a fin de integrar al profesional católico a los medios para ampliar “los contactos entre la Iglesia y el mundo, y contribuir a la transformación de éste”, según las recomendaciones pastorales emanadas de esta segunda reunión.

Una de las más importantes obras surgidas de la Conferencia de Medellín, fue la necesidad de preparar y promover la vocación al estudio de la Comunicación Social entre los seglares, aún en ciernes en una América Latina que no acababa de salir del oscurantismo del siglo XV, cuando fuera “descubierta” por los españoles.

Y tanta era la necesidad de conseguir adeptos y seguidores que en las recomendaciones pastorales de Medellín, se establece que el personal que trabajaría en los medios de comunicación “debe recibir una adecuada formación apostólica y profesional, de acuerdo con los diversos niveles y categorías de sus funciones. Dicha formación ha de incluir aquellos conocimientos teológicos, sociológicos y antropológicos que exigen las realidades continentales”, extendiendo el campo hacia personas de toda condición, de modo particular “a los jóvenes, para que la conozcan, valoren y estimen como uno de los medios fundamentales con los que se expresa el mundo contemporáneo, desarrollando el sentido crítico y la capacidad de tomar con responsabilidad sus propias decisiones”.

Y esta decisión le costó cara a la Iglesia Católica en estos lados del mundo, pues al formar a un segmento de la juventud, ésta se dio cuenta de cómo andaban las cosas en América Latina y se aglutinó en el movimiento de la Teología de la Liberación, que tantos dolores de cabeza dio al Vaticano en general y a la iglesia latinoamericana en particular.

En este caldo de cultivo, con una región en efervescencia, producto de las nuevas doctrinas ideológicas revolucionarias, la preparación de jóvenes militantes católicas en la comunicación social, y los regímenes dictatoriales con la carga de crímenes y atropellos a la población, la mayoría de las veces auspiciados desde la cúpula eclesial, no es de extrañar que la población católica de América Latina se volcara en la búsqueda de respuestas a tantos años de opresión.

Una Iglesia de los pobres para los pobres

Y se celebra la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en 1979, esta vez en Puebla, México, en donde los desamparados y desarraigados sociales constituían la mayoría y en donde después de Brasil, existía la mayor comunidad de seguidores de la Teología de la Liberación como respuesta a la que no había dado la Iglesia Católica.

La preocupación de los Obispos latinoamericanos ante la avanzada de la Teología de la Liberación, los ofuscó de manera tal, que no pudieron entender, salvo honrosas y escasas excepciones, que la población de estos países estaba sedienta de fe y de que le presentaran soluciones, aun fueran mínimas, a sus reales y cotidianas problemáticas. Es por eso que esta nueva ideología de la Evangelización, que acercaba a Cristo a las grandes mayorías discriminadas, tuvo tanta penetración y aceptación, pues construía una nueva iglesia en la que ellos tenían cabida y participación activa.

En esta III Conferencia del CELAM, cuyo título fue “la Iglesia de los pobres para los pobres”, se intentaba retomar el camino de la sencillez cristiana, eliminando los dogmas y cánones religiosos que impedían el desarrollo de millones de seres humanos, reducidos a poco menos que nada, por el mandato expreso del Vaticano.

La nueva evangelización tomó cuerpo en esta reunión, en la que se reconoció la labor de las comunidades eclesiales de base en comunión con sus pastores; los movimientos de apostolado seglar organizado; nuevos ministerios y servicios; la acción pastoral comunitaria intensa de los sacerdotes, los religiosos y las religiosas en las zonas más pobres; La presencia de los Obispos cada vez mayor y más sencilla entre el pueblo, y lo más importante, “la conciencia creciente de la dignidad del hombre en su visión cristiana, base de las discusiones de la Conferencia de Puebla.

Una nueva idea, un nuevo hombre

En Puebla se llegó a la conclusión de la necesidad de crear en el hombre latinoamericano la conciencia mora, el sentido evangélico crítico frente a la realidad que le rodea, así como el espíritu comunitario y el compromiso social, perdidos hacía tiempo en la maraña de la inconsciencia de los pastores del rebaño católico.

Puebla es el mejor ejemplo del mensaje apostólico de América Latina, sedienta de justicia social y espiritual a tantos siglos de opresión y humillación, es la adquisición de la conciencia del hombre como tal, como persona, no como un número más dentro del conglomerado social, al que no era necesario adoctrinar y preparar en el camino de la vida. Puebla es, en pocas palabras, el mejor exponente de la nueva Iglesia latinoamericana, compuesta en su mayoría por los pobres, que buscaban precisamente, una iglesia que les diera participación, voz y voto en sus actividades, y de este modo, como la Teología de la Liberación llega y se queda en este espacio vacío dejado por la cúpular de mando en el Vaticano, que no veía en la feligresía católica latina, más que un puñado de ignorantes a los que se manipulaba y amedrentaba a su antojo con las penas capitales del infierno y el purgatorio.

Puebla significa el reencuentro del hombre común, el que vive en los barrios, favelas, cantones y arrabales de la América Latina, es la máxima expresión de la esperanza de millones de católicos que no ven como pecado, los métodos de anticoncepción artificial, que esperan la renovación de sus vidas, no arrodillados en los templos, sino sirviendo, desde sus humildes labores al trabajo pastoral. Eso fue Puebla y la Teología de la Liberación, que adquirió renovadas fuerzas y auges a partir de esta tercera conferencia.

Una vuelta al retroceso y la ortodoxia dogmática

Trece años después de la Conferencia de Puebla, toca el turno a la reunión de Obispos en República Dominicana, en la cuarta y última de las reuniones, en la que tuvo un papel preponderante el entonces Papa Juan Pablo II y la cúpula conservadora del Vaticano.

12 de octubre de 1992 es la fecha en que se inicia la IV Conferencia y comienza también el desmembramiento y destrucción de la Teología de la Liberación, con un cardenal Joseph Ratzinger ya al frente del Instituto por la Congregación de la Fe, dictando parámetros y normas a una América Latina que va despertando y creando conciencia de sus necesidades.

Con el título: “Jesucristo, vida y esperanza de América Latina y el Caribe”, da inicio a la que fuera la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, con una serie de discusiones y exposiciones de los dos bandos de la iglesia, a saber, el dogmático tradicional y los exponentes de la Teología de la Liberación.

En este marco histórico, en el que el Papa Juan Pablo II pidió perdón por las matanzas de indígenas durante la etapa de la colonización de América, y enfrascados en disminuir y más aún, desaparecer el auge de la iglesia de los pobres para los pobres, es que se realiza esta reunión de Obispos latinoamericanos, en donde se enfrentaron abiertamente las ideologías de la nueva evangelización y la tradicional.

Aunque se esperaba un documento controversial y polémico, fruto de las discusiones y conversaciones entre la cúpula del Vaticano que acompañó a Juan Pablo II y los máximos exponentes de la iglesia igualitaria latinoamericana, los resultados fueron deprimentes, un documento sin fuerza, que no propugnaba por una iglesia fuete y cohesionada alrededor de los pobres, sino una que daba vuelta hacia atrás y se colocaba justo en los postulados del Concilio Vaticano I, realizado en el siglo XIX.

Desorientados, desmoralizados y por sobre todo decepcionados, miles de fieles vieron cómo de golpe y porrazo caían sus expectativas de una iglesia renovada, para volver a los cánones, normas y dogmas del pasado, sin tomar en cuenta sus necesidades espirituales y materiales, el católico volvió a convertirse en la conferencia de Santo Domingo, en una cifra más para la Iglesia Católica.

El avance acelerado de sectas y otras religiones

A raíz de esta IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano y sus conclusiones, que se limitaron al trabajo pastoral normal y tradicional del sacerdocio, dio la estocada mortal a la Teología de la Liberación, que a partir de ese momento comenzó su declive con la participación preponderante del cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI.

Numerosas sectas pseudos religiosas han penetrado en la feligresía antes católica del Nuevo Mundo, debido principalmente, al trabajo proselitista cara a cara, y a que, a diferencia de la Iglesia Católica, se reúne con sus seguidores, oye sus problemas, los comenta y los discute en la comunidad, haciendo que el nuevo adepto se sienta tratado como persona. Además, estas nuevas religiones pregonan a un Jesucristo más parecido a la realidad de América Latina, sin contar con los grandes desembolsos para la comunidad donde se establecen en principio, porque luego, comienzan a cobrar la inversión “moral, espiritual y material” que han hecho.

En este panorama es que América Latina asiste a la celebración de la V Conferencia del CELAM, en la que un Benedicto XVI llega a un continente del que no conoce mucho, a tratar de predicar la santidad, la abstinencia y la santidad, ante millones de seres humanos que día a día tienen que lidiar con una realidad muy distinta y distante a la que vive la Iglesia en Roma.

Aparecida es el nombre de la sede de la reunión episcopal en la que se deberá tratar los problemas más acuciantes del pueblo latinoamericano, en donde habita la mayor población católica del mundo, especialmente en Brasil, en donde 40 millones de católicos conviven con atavismos legendarios como la Makumba, y en donde el erotismos tiene su máxima expresión.

Esperemos a ver qué resulta de esta conferencia, presidida por Su Santidad Benedicto XVI, qué planteamientos y soluciones a las crisis de América Latina plantea el cabeza de la Iglesia y sus asesores. Ante su profundo dogmatismo y radicalidad, las cosas no pintan bien para la ex iglesia de los pobres. ¿Qué futuro le espera a la Iglesia de América Latina? Una iglesia joven por demás, con graves conflictos de conciencia y de moral. ¿podrá Benedicto XVI llegar al corazón de la población latinoamericana, con sus postulados radicales que no admiten discusión, en un continente lleno de miserias, discriminaciones, pobreza material y espiritual, y renovarla en un espíritu de igualdad, como sucediera en Medellín y Puebla? Es muy difícil adelantar opiniones, pero todo parece indicar que la iglesia en el Nuevo Mundo seguirá a la deriva, esperando un cambio referencial que permita despegar a una Iglesia que se ha mantenido en la oscuridad durante 15 largos años.

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