sábado, 30 de junio de 2007

OPINIÓN

Lo que podría ser y no es

Frei Betto

Estoy en mi rincón observando aquel trozo de Brasil situado en la
Explanada de los Ministerios, más conocido como “Isla de la fantasía”.
Me temo que la fantasía sea de nosotros, electores, engañados por la
esperanza de que los diputados federales y los senadores vayan a
representarnos, a luchar contra la desigualdad social, a realizar la
reforma agraria, a promover el desarrollo sustentable. Aunque es cierto
que hay excepciones: parlamentarios que priorizan la ética, la
transparencia y la coherencia en su compromiso con los más pobres.

Ante aquellos a los que Lula, en el pasado, calificó de “300 pícaros”,
peor si nos dejamos ganar por la desesperanza, la amargura o el enojo
por esa política que se mezcla de asuntos descabellados, ironías
inoportunas de ministras, reforma política de mero barniz, mientras que
diputados y senadores, insatisfechos con los aumentos salariales con que
se premiaron hace poco, ahora celebran la recuperación de ‘sumas
indemnizatorias’.

Las viejas oligarquías corruptas, barridas de otros países de América
del Sur, encontraron en Brasil un artificio eficaz para aplicar el
consejo de Lampedusa: cambiar para que todo quede como está. Admitieron
la elección de candidatos de ‘izquierda’ para saciar la sed de poder de
la antigua oposición y asegurar el viejo orden de latifundistas,
fabricantes, especuladores, en fin los ‘dueños del poder’ a que se
refería Raimundo Faoro en su clásico libro.

En la cárcel Gramsci escribió en su Cuaderno Tres: “Si la clase
dominante pierde el consenso deja de ser dirigente, se vuelve únicamente
dominante, mantiene apenas la fuerza coercitiva, lo que comprueba que
las grandes masas se alejaron de la ideología tradicional, no creyendo
ya en lo que creían antes”.

PMDB, DEM, PSDB y PR representan a la clase dominante y, gracias al
distanciamiento del PT de los movimientos sociales, continúan siendo la
clase dirigente. La dirección del país está en manos de una coalición
partidaria que no se diferencia radicalmente de los intereses
dominantes, y que hasta los refuerza mediante la política económica que
prioriza los intereses del capital.

En estos cuatro años y medio de gobierno, el PT perdió, por falta de
habilidad política y por falta de ética de algunos de sus dirigentes, la
oportunidad de constituirse en lo que Gramsci llama ‘bloque histórico en
el poder’. Un ejemplo lo constituye lo que se formó en el cambio de las
décadas 1970/1980, centrado en el derribo de la dictadura: sectores
progresistas de partidos políticos, la Conferencia de Obispos, OAB, ABI,
sindicatos y movimientos sociales se articularon contra el régimen. En
torno a la bandera común de la ‘redemocratización’, cada corporación
también identificaba allí su proyecto específico.

El bloque histórico intentado por el PT no logró obtener consenso
popular. Porque se armó una alianza de cúpulas entre partidos, sin que
fueran consultadas las bases. Y se perdió la otra dimensión de lo
histórico, la que define estrategias a largo plazo para alcanzar
determinadas metas. Sin otras miras de mayor alcance, se cayó en lo
inmediato de una gobernabilidad apoyada en políticas puntuales,
utilitarias, como la Bolsa Familiar y el PAC, sin configurar el perfil
de ‘otro Brasil posible’.

Lo que debiera estar en juego en el debate de la reforma política son
los conceptos de nación y de Estado, el perfeccionamiento de la
democracia mediante la interacción de la sociedad civil con el poder
público, la instauración de una institucionalidad ética, para que no se
dependa de virtudes personales, y otros temas pertinentes. Lo que vemos
es el reinado del pragmatismo electoralista, del corporativismo
referencial, de la tolerancia ante la corrupción.

Permitir que la clase dominante disfrute de la posición de clase
dirigente es impedir que la pobreza, como fenómeno estructural, sea
efectivamente erradicada del Brasil. A pesar de la gran carga
tributaria, que ronda el 40% del PIB, se multiplica el número de
brasileños que, con gran sacrificio, recurren a la escuela privada, a
los centros de salud privados, a empresas de seguros, cuando todos
sabemos que la educación, la salud y la seguridad son lo mínimo que el
poder público tiene obligación de asegurar a los ciudadanos.

El año que viene tendremos elecciones para concejales y alcaldes. Es
hora de comenzar el debate para escoger candidatos comprobadamente
éticos, comprometidos con los movimientos populares y dotados de
propuestas estratégicas para la mejora de nuestros municipios.
(Traducción de J.L.Burguet)


- Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros
libros.

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