sábado, 16 de junio de 2007

LA RAZA INMORTAL DE JUNIO DEL ’59
Y su legado de unidad en el exilio

Por Radhamés Pérez

Para comprender el exilio dominicano en la dinámica de sus contradicciones y en su empeño por echar abajo la dictadura de Rafael Trujillo, tenemos que aproximarnos a la estructura económica y social que se había articulado en las primeras 2 décadas de predominio de la tiranía.

Desde su llegada al poder, en 1930, Trujillo impuso un estado de represión y terror político que además de silenciar la disidencia, guardaba como meta desarrollar y explotar las potencialidades económicas del país y someter al control suyo y de sus familiares las áreas más importantes de la economía nacional.

Tras ese propósito, en el ámbito agrícola implemento una vasta operación de despojo y concentración de tierras y propiedades que le convirtió en el más grande latifundista dominicano y posiblemente en uno de los más importantes de Latino América.

Al mismo tiempo y en competencia desleal, para lo cual el poder político era el mecanismo a su favor, la fracción trujillista de la burguesía sometió bajo su control, con condición monopólica, los principales medios de producción, deviniendo así Trujillo en el primer y más poderoso empresario nacional.

Este proceso de monopolización de la economía llevaría, al decir de Juan Deláncer, en su obra el Desembarco de la Gloria, a que “casi la mitad de la población activa dependía de Trujillo desde sus empresas, mientras que otros 35 por ciento se mantenía de sus empleos gubernamentales”. (1)

La concentración del poder político, el monopolio económico y el uso de todos los resortes coercitivos y represivos del Estado para doblar voluntades y para acelerar el particular proceso de acumulación de capitales que encarnaba el Tirano, “devino a su tiempo (en) una traba al propio desarrollo de la burguesía tomada ésta en su conjunto” (2) y en un obstáculo a su lógico propósito de clase que era el establecimiento de un régimen de capitalismo moderno.

Esa realidad política, social y económica produjo un exilio que encarnaba las principales tendencias ideo-políticas actuantes en el país y que, al mismo tiempo, representaban las capas y clases sociales mas activas en la pugna por el poder político y por el control del Estado como principal regulador de su vida económica.

A su diversidad social, con predominio de la clase media, a nuestro exilio le caracterizaba también su diversidad ideológica. En él se encontraban marxistas, demócratas, liberales y simples opositores a la dictadura.

Esto explica como en el exilio de entonces, a pesar de la tragedia nacional que significaba la dictadura, muchas veces predominaba la separación. Era, el exilio, un inmenso arco iris de posiciones, de contradicciones mal conducidas, de celos y rebatiñas por ego, liderazgo y espacios de poder.

Aun así, en su momento una parte representativa de ese exilio supo colocar en plano secundario las diferencias y en plano primario la necesidad histórica de derrocar la dictadura, lo que le daba efectividad y pertinencia a sus acciones políticas.

Fue ese exilio el que articuló el intento de repatriación armada de 1947 denominado “Cayo Confite” por el lugar donde tomaban curso los entrenamientos militares, en Cuba, bajo el gobierno de Grau San Martín.

Abortado ese esfuerzo en el que participaban 1,600 combatientes de distintas nacionalidades, mayormente cubanos y dominicanos, una parte del exilio, disgregado por el fallido intento, retomaría el proyecto insurreccional en 1949, cuando la fracasada expedición de Luperon, muriendo 10 de sus integrantes y resultando capturados los 5 restantes del único avión que logró llegar a la Patria.

A partir de entonces y dominado el mundo por la guerra fría, que advino al termino de la Segunda Guerra Mundial, y fortalecido militarmente el régimen trujillista, la inercia, la división y las malquerencias predominarían en el abigarrado exilio dominicano.

De acuerdo a Tulio H. Arvelo, el tramo histórico de 1949-1959 se caracterizó “por profundas divisiones… en el exilio… Todos eran enemigos unos con otros. Es una época de inactividad. Algunos de los muchachos fueron a Centroamérica a luchar contra Somoza, se fueron a Guatemala y se murieron allí”.

La crisis interna que conocería ha mediado de los 50’s la Tiranía y el auge democrático que se registró en la región con el derrumbe de varias dictaduras, de manera particular la de Gustavo Rojas Pinilla, Colombia, en 1957; Marcos Pérez Jiménez, Venezuela, en 1958, y la de Fulgencio Batista, Cuba, el 1ero. de enero del 1959, pero sobre todo la cubana, haría renacer el movimiento anti-trujillista del exilio y la esperanza de echar abajo el extendido reino de terror, oprobio y opresión que encarnaba Rafael Trujillo.

La victoria de la revolución cubana tendría un terrible impacto en toda la región. Produjo un cambio sustantivo a favor de la lucha revolucionaria y antiimperialista que escenificaban nuestros pueblos. Y se podría decir, que en el caso dominicano, este acontecimiento alcanzaría, en lo inmediato, un nivel de influencia superior a la de cualquier otra nación del área.

El cambio que se registraba en la correlación de fuerzas regional, según Juan Bosch “amenguó las diferencias ideológicas de los exiliados al punto de impedir que ellas pudieran dividirlos en grupos irreconciliables” (3)

Al influjo de la nueva situación se celebró, en marzo del ’59, un congreso de las organizaciones mas representativas del exilio, que dejó constituido el Movimiento de Liberación Dominicana (MLD) bajo una dirección común, una declaración de principio y un programa mínimo que tenía como propósito iniciar, citamos, “derrocar por todos los medios a su alcance el régimen de opresión y sangre establecido en la República Dominicana por Rafael L. Trujillo desde el año 1930”. (4)

Sin pretender anular la diversidad social e ideológica propia del exilio político, los forjadores del MLD lograron unirse en una estrategia común, en una plural organización y en una propuesta programática, y sobre esa base emprendieron el más serio intento político-militar que enfrentó la dictadura desde febrero de 1930 a junio del 1959.

Es esa una de las enseñanzas fundamentales de la Raza Inmortal, que tenemos que recuperar las actuales generaciones de activistas políticos-sociales. A ese legado tenemos que encontrarle curso, para darle vida y actualidad al sacrificio de los “Héroes de Junio” y a su pensamiento de patria libre, democrática y soberana. Es así como tejeremos el hilo que mantendrá unidos el pasado y el presente.

Hacerlo con la pasión y determinación con que lo hizo la generación liderada por Manolo Tavárez y Minerva Mirabal, la cual en su lucha contra el Tirano se empeñó en unificar en una sola organización el vasto movimiento social y político que buscaba y necesitaba un cambio real en la estructura de poder y en la sociedad dominicana de entonces.

Su obra orgánica, la de esa “generación llamada Manolo”, el Movimiento Clandestino “14 de Junio”, se extendió por todo el país y alcanzo prácticamente a todos los estamentos sociales, impidiendo que muriera el sacrifico, el programa y la antorcha de lucha de los expedicionarios del ‘59.

Nos corresponde a nosotros evitar que las enseñanzas y aspiraciones de la “Raza Inmortal”, y sus continuadores del “14 de Junio”, que iban mas allá del derrumbe de la tiranía, queden petrificadas en el tiempo sin posibilidad de generar rebeldía ciudadana ante la injusticia y el abuso de hoy, ni capacidad cuestionadora y contestataria frente a los nuevos déspotas y autócratas revestidos de demócratas.

Y para eso, entre otras tantas responsabilidades, estamos compelidos a zafar la política del propósito mercantil que le han impuesto las elites dominantes y volver a encontrar en ella la ciencia que ha de iluminar una práctica ciudadana al servicio de grandes propósitos liberadores y emancipadores.

El recuerdo de los héroes nos obliga a exponer la naturaleza servil, negadora, por tanto, de los intereses patrios, de quienes han controlado y controlan el poder político de la nación. Su ejercicio gubernamental es razón primaria de la pérdida progresiva de la soberanía y dignidad nacionales, de la sujeción de nuestra vida económica a los intereses de las transnacionales, de la corrupción sin límites que permea a toda la sociedad y del sentimiento de derrota y frustración que les han inculcado a una parte considerable de la población.

Pero sobre todo, nos obliga a buscar y construir alternativas superadas del desastre creado por las elites. Para esto tenemos que ayudar al reencuentro de las fuerzas sociales y políticas que aun creen en la viabilidad de una sociedad de real democracia, de un proyecto de nación soberana, de un ejercicio de la función publica sostenidos en fuertes valores éticos y morales y en la preservación del compromiso social del Estado, sin intención clientelal y mucho menos aniquiladora de la dignidad del ser humano.

Para esto, como en los hechos históricos que hoy recordamos, necesitamos construir la más amplia unidad, no solo proclamarla. Una unidad que vaya más allá de una ideología, una clase y una forma de organización ciudadana. Necesitamos asumir las diferencias en el litoral progresista y democrático como una posibilidad para crecer, no como una excusa para distanciarnos y separarnos.

En fin, necesitamos entender que en nosotros recae una importante cuota de responsabilidad en rescatar y preservar la nación legadas por nuestros antepasados y en hacerla parte del cambio progresista y hacia la izquierda que estremece hoy a nuestra “América mulata”, a la Latinoamérica y al Caribe de Bolívar, Lovertue, Duarte, Martí, Betances, el Che y Caamaño.

No hay comentarios: